Estaba prohibido perder. El Barça estaba obligado a firmar un fin de semana redondo tras la debacle madridista en el Bernabéu. Era imperativo sellar uno de los escasos récords que aún se le resistían: el ansiado registro de Beenhakker y sus 34 partidos consecutivos sin perder. Por uno u otro motivo, el conjunto de Luis Enrique no podía dejarse sorprender por el Sevilla. Y así fue, aunque el equipo tuvo que exprimirse al máximo para sumar tres puntos más que encarrilan un trofeo que va camino del museo culé.
Unai Emery había advertido en la previa del encuentro que el Sevilla llevaba tiempo rozando la victoria en el Camp Nou y que estaba en condiciones de dar la sorpresa esta temporada. No era una bravuconada, ni mucho menos. El técnico tenía muy clara la fórmula para castigar al Barça: desactivar la capacidad creativa del centro del campo rival donde se echaba de menos aIniesta y Rakitic. Y lo consiguió en el primer tiempo. El FC Barcelona tardó más de media hora en tomarle el pulso al partido. Hasta ese momento, a temblar en cada contra del Sevilla y a encomendarse a las genialidades del tridente.
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